Todos los días nos desplazábamos en coche hasta el punto de observación en pleno corazón de Sierra Morena. Por el camino, conejos despistados, o somnolientos ciervos corren a resguardarse a nuestro paso y nos amenizan el trayecto, que se agradece y mucho. Aunque quizás el somnoliento era el que os escribe, porque con las primeras luces llegábamos al sitio en el que íbamos a realizar la espera y nos quedábamos hasta el anochecer. Repasando una y otra vez colina tras colina con nuestros telescopios. Pero lo cierto es que no teníamos demasiada suerte, y las observaciones eran fugaces y lejanas. Lo único que nos mantenía animosos era observar una pareja de águilas imperiales yendo de posadero a posadero.
Conejo cruzando la pista
Los dos primeros días nos acompaño el buen tiempo, pero no la suerte, y los demás días fueron mas afortunados en cuanto observaciones, pero definitivamente no tuvimos suerte con lo que al tiempo se refiere. Lluvia y mas lluvia, no había llovido así desde hacia 40 años. Sabemos escoger fechas ¿verdad?.
Tras uno de estos chaparrones que nos obligo a refugiarnos, comenzamos a oír maullidos de un ejemplar encelado, series de unos 5 maullidos que repitió 4, 5, 6 veces, la verdad es que no sabría decir cuantas fueron porque estábamos atareados intentando encontrarlo entre la maleza. Tarea que nos fue imposible por cierto, y nos tuvimos que conformar con oír al rey de la dehesa mediterránea.
Al rato regresamos a la zona de observación tras no haber podido observar a ese ejemplar y una vez allí, nos cae el jarro de agua fría... Habían visto a un ejemplar joven, probablemente de menos de dos años a unos 200 metros de donde hasta hace un rato nos encontrábamos y a 100 metros de nuestros afortunados compañeros. La observación había sido entre la lluvia y había durado una hora. Otra vez la suerte no nos acompañaba.
Al día siguiente mas de lo mismo, mas lluvia y poca suerte. La nota mas reseñable de ese día es que en el camino a la zona en la que realizábamos la espera un lince joven nos atravesó por delante del coche. Pero vamos, la mayoría de nosotros solo pudimos observar una ágil mancha dar un salto sobre la cuneta para alcanzar los matorrales. A parte de esto únicamente veíamos los ya habituales ciervos y gamos, a parte de muflones en menor numero y mas alejados.
Después ya paro de llover, y pensareis que eso fue algo bueno, pero es que empezó a diluviar, con lo cual, con lince encamado o no, nos volvimos a resguardar en el coche, pensando que otra vez la diosa fortuna nos daba la espalda.
Esta vez estábamos equivocados y escampo, e incluso salio el sol. Y es que estábamos en Andalucía, donde esas cosas pasan, pero los del norte no estamos para nada acostumbrados. Volvimos a ponernos a la tarea de localizar el lince entre rocas, jaras y lentiscos. Y por fin las palabras mágicas, ¡ahí esta! ¡ahí esta! Y esas palabras solo pueden causar un efecto, histeria colectiva, o alegría. Todo depende de si has conseguido localizar al bicho o no. Al final poco a poco, vamos todos consiguiendo localizarlo. Estaba sentado lamiéndose placidamente encima de una roca ajeno a la espectación que causaba, bastante lejos de donde le habían visto encamarse.
Y tras unos segundos soleándose, comenzó a moverse monte arriba. También es mala suerte la verdad. Para un lince que conseguimos ver bien, decide que va a estar mucho mas agusto al otro lado del cordal, fuera de nuestra vista claro esta. Pero al lince ibérico se le permite, esta, y todas las licencias que quiera. A fin de cuentas esta es la joya de la corona, los últimos fantasmas de la dehesa mediterránea.
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